APOCALIPSIS
Desde las
entrañas de la tierra va creciendo una mazorca que toma la forma de un cuerpo
de mujer, una sirena terrenal, quizá, con plumas de esmeralda y por cola hilachos
de oro, sus brazos se han convertido en alas magníficas que ha abierto con un
plumaje de mil colores.
La madre
tierra la ha parido como su último fruto antes de ser copulada por los
transgénicos, antes de que el subsuelo fuera contaminado por el agua del “fracking”.
La nieve del
volcán tiene miedo a derretirse y amamantar al bosque porque sabe que será secuestrada
sin remedio.
Las torres
avanzan como Sacerdotes y Levitas sobre el suelo venerado. Las huellas han
borrado el verde campo. Los dioses han dejado los montes contaminados y se han
mudado a las nubes ácidas para enviar su agua negra y embriagadora al hombre propia para el idilio que lo saque
de su egocéntrico letargo.
Cuéntame un
cuento le dice el niño a su padre quien ha desarrollado un teléfono inteligente
en la palma de sus manos y se le han borrado la boca y los oídos.
El agua
corre y huye de la sombra del hombre y es en esa estampida que es atrapada
dentro de una enorme presa llamada sociedad financiera.
La mujer
abre sus alas de plumas de mil colores y vuela hasta tocar el techo del cielo
dando un grito tan desgarrador que hace el silencio de todo y de todos.
La tierra de
las montañas corre como el otrora agua de los ríos y con ella se cubre todo el
hedor. Todo ha sido acabado, como dijo el profeta: “todo ha sido consumado”, el
tiempo se ha cumplido la ventisca de tierra lleva en sus manos un verde billete
que ha quedado huérfano tras el holocausto.
Los dioses
se han retirado, no vale la pena mandar una gota de esperanza que germine en
una nueva vida sin memoria que repetirá
su genética desgracia, como lo ha hecho una y otra vez. Otros desde lo lejos
han descubierto el rastro de esta tierra y le han puesto por nombre Marte.
Eduardo
Sastrías
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