A CHRISTMAS INFORMANT ( LA RE-NATIVIDAD)
A CHRISTMAS
INFORMANT
( LA RE-NATIVIDAD)
Nosotros nunca seremos
testigos del fin del mundo. El mundo será testigo de nuestro propio fin.
El tiempo parece irse hoy en día más rápido , algunos dicen
que es la sensación de quienes ya tenemos cierta edad, mientras que a los
niños se les hace eterno el momento en
que llegue la navidad. Otros indican que la velocidad de rotación la tierra sobre su eje ha aumentado y que de acuerdo a las ondas Schumann éstas han variado en estos últimos seis años de 7.8 Hz.
a 12 Hz., haciendo que las horas aún
cuando cuentan sesenta minutos realmente son de cuarenta, teniendo así días
de dieciséis horas en lugar de veinticuatro, por lo que los meses y años
parecen correr en una galopada desesperante queriendo recuperar lo que les ha sido quitado.
El caso es que ya la navidad está de nuevo a la vuelta de la
esquina, los grandes almacenes se visten de luces y esferas para atraer con su mágica mercadotecnia al
incauto cliente para que por medio de sus tarjetas de crédito viva la ilusión
de la navidad y la consecuente desilusión que le reportará el alto pago de las mismas durante los meses
posteriores.
Mi mente divaga sobre la relatividad del tiempo y el espacio
quizá como una defensa para no caer en el estrés y pánico porque el día de
mañana tengo que entregar a primera hora en la editorial del periódico un
cuento navideño para el suplemento
dominical y resulta que yo sigo sin tener la menor idea de qué
escribir para este año, año que según las profecías mayas predicen el fin del
mundo para el solsticio de invierno o sea el veintiuno de diciembre.
Tomé mi bolígrafo y comencé a escribir frases sueltas: “Qué
tal si las tan mentadas profecías fueran
ciertas, y el hombre miope de miedo siguiera su egoísta andar tal como lo ha hecho hasta ahora
desentendiéndose de ellas, como una respuesta a ya no creer en nada, así como
aquellos aldeanos del cuento del lobo… Y si de una buena vez se acabara todo”
Al hacerme estas preguntas curiosamente el volcán
Popocatépetl hacía una de sus ya cotidianas exhalaciones de ceniza, pensé: “ya
nos vamos a tiznar de nuevo, qué lata y
yo que quería tomar un poco de sol”. A lo lejos escuchaba los cohetes que
tronaban en las poblaciones circunvecinas, hubo un trueno de gran intensidad, ése
sí debió haber sido un mega cohete, me dije, no acababa de terminar la frase
cuando vi que mi perro levantaba sus orejas y corría de un lado a otro dando
múltiples y sonoros ladridos. En eso la tierra comenzó a moverse, el cielo se
fue cubriendo por una inmensa nube negra que ocultaba casi por completo los rayos del
sol semejando un eclipse, pero en este
caso en lugar de ser provocado por otro astro era provocado por una densa nube
de ceniza, las aves en parvadas volaron
a refugiarse entre los árboles pero de un momento a otro iban y venían como si
hubieran perdido el rumbo.
El ambiente se impregnó de un olor a ozono, la electricidad
se interrumpió, entré en pánico y me quedé viendo la escena sin saber si salir
o no fuera de la casa con la esperanza de que todo pasara en unos segundos más
y regresáramos a la normalidad, todas las posibilidades pasaban por mi mente en
cuestión de segundos, me sentía indeciso de si quedarme dentro de la casa o
salir corriendo, pero quién me aseguraba que afuera tuviera yo más seguridad,
la respuesta se presentó de inmediato al ver que de entre las cenizas caían algunas piedras
incandescentes, en esto hubo otro temblor de mucho más intensidad que el
anterior, corrí entonces hacia uno de los muros de la casa para como medida de protección
recargarme en él, mi perro ladraba como si viera algo y daba vueltas en su
propio eje, el suelo comenzó a rasgarse, en eso parte del muro cedió y cayó, dejándome una salida, corrí hacia el campo abierto, veía como una grieta corría y cortaba la tierra en dos hasta donde alcanzaba mi vista, todo se detuvo de un minuto a
otro, el silencio se adueñó del lugar, al levantar la mirada veo como el volcán
Iztaccihuatl, que significa “Mujer
Blanca” había despertado y quería
recuperar el tiempo y el espacio que le
fue quitado durante los siglos en que durmió para no ver la decadencia humana.
Cual mujer dolida lanzaba fuego a ton y
son, todo eran llamas, humo y escombros, las grietas de la tierra eran
inundadas por lava. La mujer rugía como si estuviera en dolores de parto,
destruía todo a su paso para dar a luz un mundo nuevo.
Mi perro me mordía el pantalón para que lo siguiera. Al
mismo tiempo sentía como si algo dentro de mí también se estuviera
desquebrajando, todo me dolía y apenas podía caminar, sentía que yo también por
dentro me estaba despedazando, de un momento a otro perdí el paso y caí en el
suelo seminconsciente, mi perro se acercó
y comenzó a lamerme la cara. Tenía la sensación de estar dentro de una
bola de cristal que alguien meneaba. Por más que quería no podía abrir los ojos,
sentía que mi cuerpo se dejaba ir por el vaivén del suelo. A lo lejos escuchaba
risas y gente hablando en medio
de un fondo musical navideño un tanto hueco y mecánico, pude apenas abrir los
ojos y todo daba vueltas como en un carrusel.
La cálida lengua de mi perro seguía su afán de lamerme la
cara y despertarme. Ahí estaba en el suelo una bola de cristal rota que
contenía en su interior una casita y un hombre tirado junto a su perro. Había
sido un extraño regalo de navidad que me había llegado por correo, nunca supe
el remitente, y no hubo manera de saberlo, por lo que no me quedó sino
conservarlo. Dentro del paquete venía empacada una bola de cristal con caja
musical que mostraba en su interior una casita y un hombre paseando a su perro,
al darle cuerda rotaba y sonaba una melodía navideña. Había sólo una nota con algunos dibujos hechos
a mano de hojas navideñas y esferas que decía: “Todo es relativo a excepción
del odio”.
Recogí los pedazos rotos de aquella bola de cristal que se había caído mientras me quedé dormido
y que ahora yacía en el suelo desmembrada, al regresarla a su posición original
la cuerda musical volvió a sonar un par de compases de algún villancico antes
de fenecer.
Tiré todo en el bote de basura y en ese momento hubo un
silencio total, una sensación de vacío que sólo fue roto por el sonido del
viento. Era el solsticio de invierno; el sol y la luna parecían rivalizar en el
horizonte entre juegos como aquellos amantes que finalmente se funden en un
beso dándose como regalo un día tan largo como la misma noche. Las estrellas
chispeaban al ritmo de los tambores que desataron su percusión a lo lejos, un
coro de trompetas acompañaba aquel acontecimiento celestial de luz y sonido que
había irrumpido el sigilo, anunciando así la nueva era, el nuevo orden cósmico
que algunos falsos profetas quisieron llamarle el fin del mundo, el apocalipsis.
Nada más lejos de la realidad, al contrario era el inicio de una nueva era.
Surgieron de la profundidad de la tierra, como si hubieran estado ahí por siglos esperando
salir , imponentes pirámides y templos con
estelas altísimas de piedra que intentaban tocar los cielos. Los tambores
sonaron aún con mayor fuerza mientras del cielo bajaba una enorme ave de mil
colores que al abrir sus alas manaba todo tipo de semillas.
Plumas, fuego, incienso, vibraciones musicales nunca antes escuchadas celebraban el regreso de los tiempos, el volver a comenzar. El mundo se unía en una sola lengua y una misma vibración que conjuntaba todos los mantras, rezos e himnos.
Plumas, fuego, incienso, vibraciones musicales nunca antes escuchadas celebraban el regreso de los tiempos, el volver a comenzar. El mundo se unía en una sola lengua y una misma vibración que conjuntaba todos los mantras, rezos e himnos.
El ave finalmente se posó en la pirámide más alta y después de un largo y bellísimo canto que se escuchó por todo el orbe, se desintegró dejando caer sobre la tierra las miles y miles de plumas de colores que desprendían esencias de flores y que al tocar la tierra germinaban las semillas que con anterioridad se habían diseminado.
El mundo de nuevo fue verde y sus árboles dieron frutos
desconocidos, los ríos desaparecidos renacían y corrían límpidos hacia los mares. Las fronteras se
borraban de la faz de la tierra y lo que una vez se conoció como religiones se
hermanaban en un canto de espiritualidad que no tenía más código que el amor.
Los cuerpos de los habitantes de esta nueva tierra eran
alimentados por los frutos de la tierra y dejaban de ser cuerpos contaminados y
enfermos, la mente alcanzaba niveles nunca antes sospechados. Los animales no
eran más el alimento, ni el objeto de trabajo, entretenimiento o lucha, sino fieles compañeros del hombre que
le enseñaban a reconciliarse con la madre tierra.
Cuántas versiones habrá sobre lo que hoy conocemos como la navidad, cuántos significados, cuántas
maneras de festejarla, cuánta esperanza, cuanta alegría y a la vez cuánta diferencia. Continuaba con mi
relato. Renovarse o morir, decía el
dicho de la antigua era, sin embargo en la nueva se entiende el renovarse como
esa forma de renacer que implica por fuerza una muerte anterior ya que nadie
vuelve a nacer sin antes morir. Regresar al mítico paraíso ha sido el más
profundo de los deseos del hombre desde que lo abandonó, hoy el hombre se
reencuentra con él y lo redefine como el
destierro de la ignorancia y el egoísmo, el paraíso no un lugar sino una
dimensión donde el tener es un valor caduco y que es sustituido por el ser
potencializado, un ser que no confunde la egolatría con el saber que hay dentro
de sí, un ser que no se ve ni se piensa más a sí mismo como el centro del
universo, sino como parte de él y de quienes lo habitan. La luz interna no funciona
si no es compartida y regenerada por otros.
El sol se fue ocultando y al oprimir el interruptor de
la luz me percaté de que no había energía eléctrica, fui al cajón de la cocina y tomé una vela, la
encendí y derretí un poco de cera para pegarla sobre un plato, regresé a mi escritorio con la vela y así poder continuar
escribiendo frases sueltas que más tarde armaría en un solo contexto.
“Afuera está un mundo al que nos hemos atrevido a romper y a
matar, sin saber que los primeros en morir seremos nosotros, no sería
mejor romper la costumbre, la rutina y la idea de seguridad, partir en dos
nuestro egoísmo, y dejar que la vida fluya”.
La llama de la vela me llamó la atención, al advertir como tintineaba
entendí que ella en sí posee una energía y una vibración que se conecta con la
vibración de mi hipotálamo, en ese mismo momento yo estaba despertando a un
nuevo estado de consciencia , mi mente
leía y veía lo que antes estaba vedado para ella, percibía cómo los cuatro
elementos dominantes de nuestro planeta: agua, viento,
tierra y fuego formaban un todo con sus propias vibraciones que se conectaban a
la mía y a su vez la mía con el resto de los seres vivientes haciendo una cadena
de vibraciones que mejoraban mi entorno
y el entorno de cada uno, el “quid pro quo” en su máxima expresión, de tal manera que el cambio a una nueva
dimensión en este mundo era posible con tan sólo el hecho de conectarse los
unos con los otros, en este despertar a un nivel mayor de consciencia.
Al carecer de luz eléctrica el cielo cobró mayor relevancia
en mostrarse desnudo tal cual es, salí a la terraza para disfrutar del
espectáculo, los astros se fueron acomodando de tal manera que las estrellas
fueron vistas al igual que en la Palestina de hace más de dos mil años. La
tierra estaba por ver su nuevo amanecer, un renacer y el cielo era testigo de mi propia natividad.
Eduardo Sastrías
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