EL CUADRO
Les
inspiraba miedo, ese miedo propio de la ignorancia o del desconocimiento de las
cosas, quizá semejaba la relación con aquel
lado oscuro del alma que nadie quiere enfrentar, fue entonces rechazado una y
otra vez y pasado de mano en mano hasta que llegó a mí.
Yo lo recibí
con agrado en calidad de préstamo, ya que el cuadro tenía un gran valor
económico.
Al llegar a
la casa ya tenía yo la pared preparada donde recibirlo. Recién llevaba unos
meses de haber llegado a ese
departamento que había adquirido con mucha ilusión y que significó “la
marca” del antes y del después en mi
vida.
Los años
hicieron lo que mejor saben hacer, correr, y aquél cuadro fue testigo de penurias, frío, soledad, enfermedad, desamor,
pobreza, injurias, envidias, rencores, golpes bajos, todo tipo de pérdidas,
muerte.
En cada
lugar donde vivía le preparaba su pared especial, fueron muchos años y muchos
lugares y ciudades donde este cuadro me fue acompañando, tanto que por
costumbre, por rutina, por compañía o qué se yo, ya formaba parte de mi historia de vida.
Un buen día
mientras caminaba por un parque me
encontré con la novedad de que había una exposición pictórica al aire libre, varios
artistas exponían sus obras con la intención de recabar fondos para obras de
caridad. Había de todo, desde pinturas
ya tan trilladas como bodegones dignos
de calendarios de cocina, flores de todos colores y formas, más frutas que en
el mismo paraíso, payasos que reían y lloraban, niños con alucinaciones de su
ángel de la guarda, en fin mucho de lo mismo; estaba ya por dar la vuelta y
seguir mi camina un tanto hastiado de ver tanta pintura mediocre cuando como si
alguien me detuviera por el hombro
volteé y a mi izquierda vi un maravilloso lienzo lleno de líneas colores,
formas asimétricas y símbolos, colores, muchos colores que gritaban con
desespero soy tuyo , soy tuyo.
Al ver mi
cara el autor de dicha obra me dijo “le gustó, ¿verdad?” Yo casi podía articular palabras, estaba
atónito y extasiado navegando entre aquellas líneas y colores como si yo mismo
fuera el pincel creador.
Revisé mi
cartera con la intención de llevarme a casa ese cuadro que tanto me había
gustado, pero la triste realidad de los
últimos tiempos se veía reflejada en ella.
¿Cuánto
cuesta? Pregunté por no quedarme con la duda, sabía de antemano que la cantidad
que traía en la cartera apenas podría alcanzar para pagar el material del que
estaba hecho. Muchas gracias contesté en automático después de que el artista
me indicó el precio, la verdad que no había puesto mucha atención a lo que me
decía, estaba yo tan sumergido en aquel mundo de líneas y colores y sabía que
ese tipo de pinturas estaba vedado para mi economía tanto así, que la verdad creo que ni quería escuchar el
precio. Seguí caminando unos pasos
cuando algo en mi mente me grito “Sí te
alcanza lo que tienes en tu cartera para ese cuadro”, revisé de nuevo lo que tenía en la cartera que estaba más
bien llena de papelitos que servían de recordatorios, credenciales y alguna que
otra tarjeta de identificación , tan sólo unos cuantos billetes que no era
mucho, ese cuadro no podía tener ese precio; regresé e insistí, seguro esto es
lo que cuesta el cuadro, con una sonrisa casi paternal el artista me dijo , sí,
lléveselo, yo lo veía extasiado, apenas podía creer que ese mundo de trazos y
colores me iba a pertenecer. Sin dudarlo saqué los escasos billetes que tenía
en la cartera y le pagué al artista.
Cuando tomé el cuadro sentí que el lienzo me abrazaba
y me mimaba, mi cuerpo se estremecía y mi sangre cantaba de alegría, de tal
manera que mis pasos semejaban pequeños brincos.
Al llegar al
quiosco del parque regresé la mirada hacia el pasillo de cuadros donde había
tenido este maravilloso encuentro y no había un solo cuadro. Caminé hacia el
otro pasillo y estaban unas sábanas
sobre el suelo llenas de pulseras,
inciensos y baratijas hippy , la gente pasaba y veía con cierta curiosidad el
cuadro que llevaba yo cargando , está precioso me decía uno, dónde lo consiguió
me preguntaba otro, usted los pinta preguntó uno más, la gente, el incienso, el
caminar en círculos alrededor del quiosco , todo me daba mareaba, me sentía
débil casi a punto de desfallecer ahí mismo, mi corazón bombeaba con rapidez la
sangre que mi cuerpo necesitaba para oxigenarse.
Como pude
alcancé una banca del parque y me senté, recargué mi cabeza sobre el marco del
lienzo y cerré mis ojos jadeando. ¿Qué
había sucedido, qué me pasaba? Sentía una gran angustia, me preguntaba si
habría perdido la memoria o mi mente me
estaba jugando una mala broma, era esto un mal sueño, qué había sucedido en
realidad.
Ahí estaba
soportándome en el marco del lienzo de
aquel maravilloso cuadro que había comprado con apenas unos billetes… revisé mi
cartera y seguía ahí la misma cantidad de dinero que tenía cuando salí de casa.
Todo era tan confuso, tenía sentimientos encontrados, por un lado ese cuadro me
brindaba una gran paz, gozo y fe en el mundo, por otro lado las circunstancias
de cómo llegó a mis manos eran extrañas, casi fantasmales.
Llegué a la
casa y ahí estaba a la entrada aquel cuadro discriminado que me había
acompañado por tantísimos años. Sin pensarlo lo descolgué y medí el espacio de
esa pared para colocar mi nueva adquisición, sería sólo cuestión de subir un
poco el clavo y mi nuevo cuadro quedaría perfecto en aquel recibidor.
Pero qué
haré con este cuadro “prestado”, lo mejor será devolverlo, aunque ya son tantos
años que hemos compartido juntos tantas penurias.
En unos
cuantos minutos el nuevo cuadro estaba ya colgado dando luz y color a la pared
y a la entrada de la casa.
El otro
cuadro había perdido su pared y no hay
en toda la casa otra pared donde colocarlo, por lo que mientras lo
devuelvo a su dueño original lo guardaré, con cuidado lo envolví en material
espumoso para evitar cualquier maltrato, luego y lo acomodé dentro de una bolsa
negra , al meterlo en la bolsa sentí que el lienzo temblaba , pero lo atribuí a mi poca destreza en
empacar, las puntas de la bolsa negra quedaron como los cuernos del personaje
de la pintura, lo coloqué mientras junto a una pared y me fui a dormir.
La noche
transcurrió en medio de pesadillas que me hacían despertar con sobresaltos,
todo está bien, todo está bien, me repetía, empezaba a racionalizar mi
malestar, seguro que te cayó mal la cena, al poco tiempo el insistente ladrido
de mis perros me volvió a despertar, un olor extraño terminó de volver en mí,
encendí la luz y la recámara estaba
impregnada de una densa niebla, o al menos eso parecía aunque el olor era un
tanto ácido, me levanté a verificar por toda la casa de dónde provenía esa
especie de niebla cuando tropecé con mis perros que yacían en el quicio de la
puerta , parecía como si hubieran entrado en un profundo sueño al intentar
salir de la casa, seguro esta niebla los ha anestesiado, los moví varias veces
y no despertaban , sus cuerpos yacían lacios sin fuerza. Mis palabras se
ahogaron a la vez que me llevaba las manos a la cara, el frío de sus
cuerpecitos indicaba que la vida los había abandonado.
No
comprendía qué había pasado, esto parecía un mal sueño, un terrible sueño, tomé
a uno de mis perros y lo abracé, su cabecita le colgaba sin fuerza, tenía la
ilusión de que con el calor de mi abrazo despertara de aquel sueño letal. Mis
lágrimas caían sin remedio, mi cuerpo titiritaba también de frío, de miedo y de
coraje, no entendía nada sólo caminaba como un autómata hacia la puerta de
entrada con mi perrito en los brazos, la niebla era cada vez más densa, a cada
paso que daba parecía que mis pies se hundían en la nada, tenía que llegar a la
puerta o a una ventana, lo que encontrara primero para que entrara aire fresco
y limpiara este sórdido ambiente.
Al dar unos
pasos más, y estar cerca del recibidor, el frío se había intensificado , la
reacción de mi nariz fue la de producirme un buen de estornudos, y que el frío
saliera de mi cuerpo poniéndoseme la
piel de gallina, me aventuré a abrir la puerta que ya tenía frente a mí, el
corazón palpitaba desenfrenadamente, sabía que afuera “algo” me estaría
esperando, con cuidado dejé el cadáver de mi perrito sobre el suelo y tomé uno
de los bambúes de la decoración como medio de protección; al tocar la cerradura
con mi mano, sentí que ésta casi se pegaba
por lo congelada que estaba la chapa, forcé la perilla para poder abrir,
al lograrlo, levanté con mi otra mano el bambú
como reacción defensiva en espera de ser atacado. La niebla salió
despavorida rozando mi cuerpo como una lija helada, algo la succionaba con
fuerza, el frío se fue con ella y la luz del farol de la calle alcanzó a
iluminar la entrada de la casa, no había nadie en absoluto, el silencio era
sepulcral se había adueñado del lugar ,
era uno de esos silencios que anuncian que la tormenta está por llegar.
Estaba por
cerrar la puerta cuando algo me instó a mirar hacia la pared donde había
colgado mi nuevo cuadro… ¡Ya no estaba ahí ¡ había desaparecido o se lo habían
robado, o quizá se hubiera caído, encendí la luz para asegurarme y la pared vacía se reía de mí, no había rastro
de aquel cuadro recién adquirido, mi mente se sentía perdida entre los
acontecimientos, se preguntaba si en verdad habría traído ese cuadro a la casa
o sólo fue una fantasía. Corrí hacia la bodega donde había guardado el cuadro
anterior y éste tampoco estaba, en eso escuché que alguien martillaba una pared
de la casa y unas carcajadas socarronas.
Me dirigí a
toda prisa a donde provenían esas carcajadas, llegué de nuevo al vestíbulo de
la casa y ahí estaba colgado en la
pared de nuevo el cuadro que había
guardado momentos antes en la bodega , los ojos del personaje brillaban como
rayos de fuego y su gesto había adquirido una mueca que le daba una expresión
maléfica .
“Eres
mío” salió una voz proveniente del
cuadro, “¿Creías que yo te pertenecía?
Soltó de nuevo una carcajada, qué equivocado has estado estos últimos
años. La mirada de aquellos ojos me
tenían paralizado en un instante pasó por mi mente el lapso de mi vida desde
que llegó aquél cuadro a mí , años enteros de penurias, angustias, abandonos, enfermedad tras enfermedad, puertas que se
cerraban, amigos que inexplicablemente se iban, mi vida había entrado en una
pesadilla que duraba ya muchos años.
Mi primera
reacción fue la de tomar el cuadro y tirarlo muy lejos de la casa para luego
prenderle fuego, fui entonces por un
frasco de gasolina blanca que tenía guardado y usaba para quitar las manchas de
la ropa, luego bajé a la cocina por una caja de fósforos, metí todo en un
morral y me fui directo al cuadro para
descolgarlo, al tocar el marco mis manos sintieron un calor que las quemaba, el
marco ardía como metal al rojo vivo, corrí de nuevo a la cocina por unos trapos
húmedos y con ayuda de ellos logré
bajarlo del clavo que lo sostenía, al bajarlo me percaté que de la pared donde
estaba el clavo salía un hilo de sangre.
Al momento
que bajaba el cuadro, aquellas risotadas me estremecían y pareciera que
golpeaban mi cerebro provocándome un gran dolor, por fin pude descolgarlo y
corrí hacia afuera de la casa, lo tiré y
le prendí fuego, las llamas crecieron con gran rapidez y se abalanzaban hacia
mí como queriendo hacerme parte de ellas, en un intento de correr de regreso a
la casa mi cuerpo quedó paralizado a la vez que de mis ojos brotaba el reflejo
de las llamas cada vez más cercanas y mayores.
Mi piel resentía el calor tan fuerte que comenzó a producir ámpulas en
tan sólo unos minutos más seguro acabaría chamuscado y consumido por el fuego.
En eso una providencial tormenta se desencadenó apagando aquel fuego y
refrescando mi piel quemada, un viento se desató como salido de aquel cuadro
que no había logrado quemarse, agua, viento,
fuego y yo habíamos sido los elementos que aquel cuadro manejaba a su
antojo. Las risotadas no tardaron en escucharse de nuevo. El viento me
aprisionaba y me llevaba en círculos hasta el centro mismo de aquel cuadro. Silencio,
un silencio profundo me ahoga…No soy yo más, soy una pintura atrapada en un
lienzo.
©Eduardo Sastrías
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