EL GLOBO
Érase un
burócrata a quien un buen día lo inflaron con helio.
A cada
inyección del insípido gas, perdía el suelo y comenzaba a elevarse.
Al principio
se mareó pero en unos minutos se
acostumbró a flotar.
Subía y
subía; para él los demás semejaban hormiguitas, creyó incluso ser dueño de la
voluntad ajena.
A medida que
ascendía dejó de ver hacia abajo, para qué, era el amo del universo, una
especie de semidiós.
La ley
física hizo de las suyas pues al llegar a la estratósfera se reventó, cayendo
en pedazos al suelo y ver como otro era inflado.
Eduardo
Sastrías
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