EL ACREEDOR DEL PASADO
El presente análisis se desprende de información recibida de forma oral, así como epistolar, periodística y de investigación. Nunca se trata de un trabajo de investigación sino tan sólo pretende formular una hipótesis de las tantas dirigidas a explicar el fenómeno de “las mujeres de Juárez”, un fenómeno que desafortunadamente ya no es privativo de esa ciudad y región sino una sombra que va cubriendo a gran parte de este enlutado y jodido país llamado México.
Hace alrededor de 30 años a raíz de la crisis económica y devaluación
sistemática del peso comenzó la tercera
etapa de mayor auge de las maquiladoras en las ciudades fronterizas de la
República Mexicana en especial Cd. Juárez y Matamoros captando del año 1980(
39,402 trabajadores) a 1999 (218,630
trabajadores) 45% hombres y 55% mujeres
*. La supuesta apertura económica y el sueño de todo mexicano parecían vislumbrar la solución para tener una
vida mejor y salir de la pobreza.
El incremento de maquiladoras que desde 1966 se comenzaron a establecer en
la frontera mexicana, prometía mano de obra barata y trabajo para tantos mexicanos
sumidos en una crisis de económica que bien podría desencadenar en una crisis
política derivada de las administraciones irresponsables que se fueron
sucediendo desde 1971.
Las zonas menos privilegiadas del país como son Oaxaca,
Chiapas y algunas partes de la
sierra de Puebla, vieron con buenos ojos
emigrar al norte para encontrar una mejor oportunidad de vida.
Hombres y mujeres muy
jóvenes sin mayor arraigo emprendieron entonces el camino hacia las latitudes
del norte de México.
Si bien venían de comunidades tradicionalistas, cerradas y
sometidas a la ley por la ley, donde lo bueno es lo que dicta el cura y lo malo
también. Al salir de semejante mundo se enfrentaron con una realidad nunca antes
vista ni soñada para ellos. La diversidad de gente, el enfrentarse a un entorno
laboral no artesanal sino industrial y la consabida remuneración nunca antes
soñada por ellos les deslumbró.
Pero más les deslumbró la libertad, esa de hacer lo que bien
les venga en gana no sólo en sus
momentos de ocio sino de pensamiento.
Mujeres de apenas de entre 16 y 30 años de edad con toda la carga hormonal y llena de
estímulos desencadenaron una serie de experiencias que en sus lugares de origen
nunca hubieran siquiera pensado, necesitadas de apoyo y de cariño.
Ellos a su vez vieron la oportunidad de tener carne fresca
todos los días y en el momento en que su calentura hormonal se los demandara y
desarrollaron la violencia sexual como una actividad cotidiana e impune.
Estar lejos del núcleo
familiar y de la estructura social de sus pequeñas comunidades, desencadenó
sentimientos encontrados por un lado el extrañamiento y por otro la emoción
ante la novedad.
Este grupo de personas se establecieron hacinados en
viviendas o cuartos de acuerdo a como iban llegando y se iban acomodando.
El sexo antes vetado
y desconocido para ellos y ellas entonces se volvió algo habitual y una
expresión de rebeldía así como un grito
perdido de autoafirmación. En dichas fábricas ellos y ellas se las
arreglaban para tener sexo (oral, anal, vaginal) en los baños, detrás del
matorral, o donde se les ocurriera.
Esa generación de casi niños engendró muchos, muchos niños
que no podían cuidar, que tenían que quedarse en el mejor de los casos en una
guardería comunal o al cuidado de alguna mujer
que estaba más interesada por la paga que por el cuidado de los niños.
Niños que crecen viendo como su madre se entrega a cualquier
hombre en medio del alcohol y la droga, niños que no saben a ciencia cierta
quiénes son en realidad y como
enfrentarse a un mundo hostil, vulgar, y lleno de ignorancia (sexo-rezos-veladoras-sexo) Mujeres que
después quedan abandonadas y sin poder responder a las responsabilidades del
trabajo y de los hijos engendrados en una borrachera, un baño público o un auto
abandonado.
Qué clase de seres puede producir un entorno que desde su
gestación ha estado viciado de violencia, resentimiento, miedos, ignorancia,
remordimiento.
Que ha sido de esos niños que hoy por hoy tienen 15, 20, 25,
30 años son parte de grupos delincuentes que trafican
droga, secuestran y usan a las mujeres que una vez fueron sus propias madres
como “mulas” para pasar droga y desaparecerlas, el silencio de las fosas comunes
cegará cualquier testimonio, o bien para repetir el esquema de odio violarlas
(recordemos que la violación es un acto de poder no sexual) , matarlas y
desaparecerlas como un signo de borrar aquella imagen “materna” primigenia.
Las muertas de Juárez son las víctimas de su propia historia
y circunstancia, son las víctimas de los hijos que engendraron sin haberlo
siquiera imaginado.
Las muertas de Juárez son la punta del iceberg detrás de un
sistema de mafias que van desde los cuellos blancos en Washington hasta las
narcotienditas de la región cuya materia prima es el genocidio misógino que
desecha a ellas las llamadas “mujeres de juárez”
México carga la vergüenza de ser un país que no cuida a sus
niños y que somete a sus mujeres física, económica y políticamente (una mujer =
un voto)
Antes de buscar y buscar a los asesinos de las mujeres de
Juárez, habrá que poner todo el contexto social, económico y político de la
historia sobre la mesa para poder esclarecer una tragedia que se originó hace
poco más de 30 años.
Eduardo Sastrías
*Globalización,
trabajo y maquilas: las nuevas y viejas fronteras en México
edited by María Eugenía de la O, Cirilia
Quintero Ramírez
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