Monday, November 12, 2007

¿SOLO YO?


“Qué lástima me das compa, estás totalmente solo”, se atrevió a decirme en tono hiriente una de tantas voces de estas latitudes tapatías que no toleran la diferencia.
¿Solo yo? Me puse a pensar en esa frase que proviene de alguien que se atreve a usar el grotesco y ambiguo término de “compa” mismo que no me queda claro y que quiero entenderlo a través de alguna raíz desconocida que semeje “compañía” , y sólo así entiendo que ese alguien conceptúe el término de la soledad como la falta de compañía física o el no estar en medio de un conglomerado humano, alguien que difícilmente sabe la diferencia entre ser y estar, alguien que se encuentra sumido en una supuesta compañía que se inunda de ruido y anestesia su atribulada alma.
Soledad no es necesariamente sinónimo de tristeza ni de pena, ni desgracia, sino puede ser la fecunda cuna de las ideas. Hay quienes se aterran de estar consigo mismos y se ofrendan al bullicio, a la bola e irremediablemente se dejan secuestrar por la masa para no pensar y solo mascullar su sórdido lenguaje frente otro que jugará a ser la imagen del espejo que hace lo que la masa dicte.
Mi soledad, al contrario, está acompañada de mi, de mi vida, de mis animales y plantas que colorean mi existencia, de mi alter ego inmerso en ese inconciente que no conozco pero que me lleva, y está hecha de mi historia que se escribe a diario de gente que entra y sale del telón como suele suceder en las historias de los libros que leo y que encierran en sus personajes a tantos y tantos amigos que poseen la virtud de no emitir juicios de valor, cuyo lenguaje es una caricia refrescante para mi alma y que afortunadamente carece de los chocantes vocablos “debes de” y “tienes que”.
En mi soledad yo vivo el juego de espacio y tiempo en la fantástica infatuación de Felipe Montero y Aura, la vida tortuosa de Julián Carax y la pasión análoga de Daniel en “la Sombra del viento”. Logro reírme de todo y de todos investido de la misma Violetta en “Diablo Guardián” , sufro del abandono con los sobrevivientes de la isla Clipperton en la “Isla de la pasión” y me atrevo a llorar con la emoción de una madre en “Por si no te vuelvo a ver” . En mis ratos de sosiego me siento a pensar en la posibilidad de otras mentes más avanzadas que nos observan desde el interior del Tepozteco en “Doce tequilas” y tengo una “Novia oscura” que vende su cuerpo pero no su amor, y me entristezco y revelo al ver que nada ha cambiado después de cientos de años cuando” los pilares de la tierra” me habla de un humilde y dedicado constructor de catedrales que es aplastado con su familia por el poder de la realeza y la Iglesia y que nuestro “México ante Dios” se ha visto sumido en lo mismo desde su nacimiento.
También me veo retratado en color sepia y me pongo a pensar como Aurora del Valle que todo tiempo pasado, al menos emocionalmente siempre fue mejor y cierro mis ojos y quiero creer en los ángeles existen con “Dulce compañía” mientras el aroma me evoca emociones y momentos pasados a través de un paisaje de olores en “El perfume”.
Sufro al ver que la venganza es sólo un bocado que dura una fracción de segundo y que puede tomar toda una vida en elaborarse al meterme en las páginas de “La hermandad de la sábana santa” y en una noche alguien me lleva de la mano y me atrevo a tocar las estrellas con mi propia piel cuando leo “La piel del cielo”.
Paradójicamente he conocido y acompañado a Soledad en su tortuoso camino a la muerte por el vih en “Muérdele el corazón”, y he bajado como el mismo Dante con Virgilio el “dealer” al mundo de la droga, el rock y el alcohol en cada página de “Se está haciendo tarde”, y noches enteras me supe manipulado desde el más allá por “El Búfalo de la noche”. Me he dado la oportunidad de reflexionar de lo efímero y vulnerable que es la vida a través de “El Psicoanalista” y me he vuelto demasiado joven o demasiado iluso con “La velocidad de la luz” pensando que el peor invento del hombre ha sido la guerra en las letras de “La Biblia de barro”.
Cuando quiero acompañar mi soledad con el sonido, aguzo el único oído que me funciona y me dejo cobijar por la música clásica y la ópera, entonces mi pecho se inflama al escuchar “El despertar de los durmientes” de Bach, y me brinco de una generación a otra de compositores sin ton ni son a los violines que me acarician en el “Canon en Re mayor ” de Pechelbel, y me conmuevo al tocar la línea de la vida y la muerte en “Nessun Dorma” (Turandot de Puccini) , fluir con la “Meditación” inspirada en la de Anatole France , La Sinfonía del Nuevo Mundo de Dvorak me invita a reflexionar sobre el verdadero significado del hogar, sin más, en momentos salto de mi silla y al ritmo del pop inglés simulo la ejecución de una “rola” con movimientos que remedan un baile y río al ver que mis perritos son mi público asistente quienes también participan en tal algarabía, ya entrado en gastos el contoneo se perpetúa hasta que otra actividad me demanda.
Y veo a mi alrededor que esta supuesta soledad no es tal pues la compañía es conmigo mismo y en ello radica su propia solidez; descubro que la soledad no es un estado del cuerpo sino del alma.
Celebro departir una buena mesa y sazonar con las palabras el sutil sabor de los platillos. Cuando los sonidos se confunden en mi escasa audición, me remito a observar y continúo mi propia conversación interior pendiente de ese lenguaje que no se escucha.
Me vuelvo a preguntar
¿Solo yo?, quizá sí, mas no por lástima sino por circunstancia y propia elección.

Eduardo Sastrías