Wednesday, October 28, 2015

MUERO PORQUE NO MUERO



Así rezaba aquel poema “Vivo sin vivir en mí”  de Teresa de Ávila en medio de un éxtasis un tanto discutible, la muerte como un lazo de unión con la divinidad, o sea su Dios; de ahí  me viene a la mente  una explicación de esa  idea religioso-cultural tan enquistada de que la muerte es la redentora de nuestras jodidas vidas como simples piezas renovables y reemplazables que sirven para votar, pagar impuestos y después de hacer más rico al rico, reírse cuando uno tiene que llorar y llorar cuando uno tiene que reírse. Desdicha la del mexicano  que ha preferido ser un muerto viviente, que deambula entre el miedo y su zona de confort.  El mexicano que se ha acostumbrado a ver descuartizados, quemados, secuestrados, desaparecidos, fosas clandestinas, amputados, como parte ya de una cotidiana existencia, como si todo fuera parte de un eterno tinglado de “día de muertos”, una película que quiere ver lejos de su precaria realidad sabiendo que en cualquier momento él será el protagonista. La muerte y el mexicano siguen su idilio ancestral ya no tan folclórico ni colorido como lo pintara José Guadalupe Posada, no, ahora es llevar la muerte dentro como quizá un novedoso mecanismo de defensa, me muero antes de que me maten. La muerte viene ahora en diferentes empaques y presentaciones, desde la muerte cobarde y despiadada del asesino vestido de autoridad que no perdona la vida a quien piensa diferente o aquellos que le causan problemas para su millonaria carrera política hasta la muerte social, esa que la misma sociedad infringe a todo aquel que es diferente a lo que ella piensa que debe ser, al naco, al cholo, al migrante, al indígena, al maestro que protesta, al homosexual, al discapacitado, al anciano, a tantos que mueren a diario en manos de una sociedad despiadada y cómplice de sus propios miedos. La vida de hoy es una muerte disfrazada. Es aquel negarse a sí mismo, no para ser auténticos, sino exactamente lo contrario, para ser lo que el otro (clase dominante, sistema, autoridad, etc.)  ordena.
La muerte se disfraza de desempleo, discriminación, edadismo, racismo, clasismo y la despiadada inercia de todos los “ismos”, ella deambula no sólo en las noches de luna o sale de los panteones, ella viene ya adherida a cada ser humano que va naciendo en este país y que es adiestrado mediáticamente para jugar al blanco y negro, a la víctima o victimario, al bueno o malo. La muerte se ha llevado al sentido común y casi a todos los sentidos de corbata.
No, esta ocasión no hablaré más de lo mismo que he hablado en años anteriores (#YaCholecontusquejas) en cuanto a la inseguridad, el crimen organizado, el narcogobierno  cuyas raíces violentas vienen desde mil novecientos sesenta y ocho,  tampoco hablaré de las fosas clandestinas , los desaparecidos y los #43, no por falta de respeto , al contrario porque no quiero caer en el sensacionalismo , en ese morbo que mueve a los muertos vivientes que sedientos de sangre, sensacionalismos, noticias hechizas, se mimetizan con la pantalla de televisión hasta llegar a la muerte cerebral.

La muerte se ha convertido en la estrella de la pantalla, pasó de ser la nota roja a noticia de primera plana. La ofrenda de este año es en memoria de los escombros  de honestidad, confianza, sinceridad, respeto, sencillez y solidaridad que aún quedaban, como tantos han desaparecido. Los han sustituido por clones de plástico que los remedan como títeres de un sistema corrupto. Los han vestido de valores, fantasmas de un tiempo pasado, para ser palabra de moda, slogan de campaña o partido, palabra que no aterriza en la acción, mezcolanza entre  lo real con lo virtual hasta llegar al olvido. La muerte ha confinado a cada mexicano de tal manera que sólo grite de susto  por un momento  y al siguiente todo lo olvide, se ha adueñado de sus más íntimos secretos para sacarlos a través de las redes sociales, lo ha convertido en un  cuerpo vacío.  Allá afuera se siguen preguntando cómo es que aquí sucede tanta corrupción, impunidad, asesinatos, desapariciones, golpes duros a los derechos humanos, y la explicación es que este es el país de los muertos vivientes, de los que ya están muertos para que no los maten. 
                                             Eduardo Sastrías