MUERO PORQUE NO MUERO
Así rezaba
aquel poema “Vivo sin vivir en mí” de
Teresa de Ávila en medio de un éxtasis un tanto discutible, la muerte como un
lazo de unión con la divinidad, o sea su Dios; de ahí me viene a la mente una explicación de esa idea religioso-cultural tan enquistada de que
la muerte es la redentora de nuestras jodidas vidas como simples piezas
renovables y reemplazables que sirven para votar, pagar impuestos y después de
hacer más rico al rico, reírse cuando uno tiene que llorar y llorar cuando uno
tiene que reírse. Desdicha la del mexicano
que ha preferido ser un muerto viviente, que deambula entre el miedo y
su zona de confort. El mexicano que se
ha acostumbrado a ver descuartizados, quemados, secuestrados, desaparecidos,
fosas clandestinas, amputados, como parte ya de una cotidiana existencia, como
si todo fuera parte de un eterno tinglado de “día de muertos”, una película que
quiere ver lejos de su precaria realidad sabiendo que en cualquier momento él será
el protagonista. La muerte y el mexicano siguen su idilio ancestral ya no tan folclórico
ni colorido como lo pintara José Guadalupe Posada, no, ahora es llevar la
muerte dentro como quizá un novedoso mecanismo de defensa, me muero antes de
que me maten. La muerte viene ahora en diferentes empaques y presentaciones,
desde la muerte cobarde y despiadada del asesino vestido de autoridad que no
perdona la vida a quien piensa diferente o aquellos que le causan problemas
para su millonaria carrera política hasta la muerte social, esa que la misma
sociedad infringe a todo aquel que es diferente a lo que ella piensa que debe
ser, al naco, al cholo, al migrante, al indígena, al maestro que protesta, al
homosexual, al discapacitado, al anciano, a tantos que mueren a diario en manos
de una sociedad despiadada y cómplice de sus propios miedos. La vida de hoy es
una muerte disfrazada. Es aquel negarse a sí mismo, no para ser auténticos,
sino exactamente lo contrario, para ser lo que el otro (clase dominante,
sistema, autoridad, etc.) ordena.
La muerte se
disfraza de desempleo, discriminación, edadismo, racismo, clasismo y la
despiadada inercia de todos los “ismos”, ella deambula no sólo en las noches de
luna o sale de los panteones, ella viene ya adherida a cada ser humano que va
naciendo en este país y que es adiestrado mediáticamente para jugar al blanco y
negro, a la víctima o victimario, al bueno o malo. La muerte se ha llevado al
sentido común y casi a todos los sentidos de corbata.
No, esta
ocasión no hablaré más de lo mismo que he hablado en años anteriores (#YaCholecontusquejas)
en cuanto a la inseguridad, el crimen organizado, el narcogobierno cuyas raíces violentas vienen desde mil
novecientos sesenta y ocho, tampoco
hablaré de las fosas clandestinas , los desaparecidos y los #43, no por falta
de respeto , al contrario porque no quiero caer en el sensacionalismo , en ese
morbo que mueve a los muertos vivientes que sedientos de sangre, sensacionalismos,
noticias hechizas, se mimetizan con la pantalla de televisión hasta llegar a la
muerte cerebral.
La muerte se
ha convertido en la estrella de la pantalla, pasó de ser la nota roja a noticia
de primera plana. La ofrenda de este año es en memoria de los escombros de honestidad, confianza, sinceridad, respeto,
sencillez y solidaridad que aún quedaban, como tantos han desaparecido. Los han
sustituido por clones de plástico que los remedan como títeres de un sistema
corrupto. Los han vestido de valores, fantasmas de un tiempo pasado, para ser
palabra de moda, slogan de campaña o partido, palabra que no aterriza en la
acción, mezcolanza entre lo real con lo
virtual hasta llegar al olvido. La muerte ha confinado a cada mexicano de tal
manera que sólo grite de susto por un
momento y al siguiente todo lo olvide,
se ha adueñado de sus más íntimos secretos para sacarlos a través de las redes
sociales, lo ha convertido en un cuerpo
vacío. Allá afuera se siguen preguntando
cómo es que aquí sucede tanta corrupción, impunidad, asesinatos,
desapariciones, golpes duros a los derechos humanos, y la explicación es que
este es el país de los muertos vivientes, de los que ya están muertos para que
no los maten.
Eduardo Sastrías