NAVIDAD PANDÉMICA
El viento
soplaba llevando consigo una pisca de polvo y olor a pasado, el frío lo
envolvía y mi piel se ponía como dicen “chinita”, la bufanda y el cubre bocas
en momentos producían un vaho que empañaba mis lentes, vivimos en un tiempo que
ya no vemos ni nos ven, no nos distinguimos, todos somos entes de miedo
caminando con la cara tapada, y lo peor de todo el corazón amagado.
Caminamos
como lo hago yo ahora por las calles del miedo, donde encontrarse con otro ser humano
ya no es algo para celebrar sino motivo de turbación y huida, hemos dejado de
ser una dualidad (yo y tú) para ser sólo una unicidad, yo, solo yo y mis
miedos.
Las luces
del quirófano parecían ojos morbosos queriendo entrar hasta lo más recóndito de
las entrañas de aquella mujer que pujaba con brío mientras el doctor hacía
ciertos movimientos en el vientre de la mujer con una mano y con la otra
entraba en la misma cueva de la vida para recibir aquel ser que llevaba nueve
meses gestándose allá adentro. Esa mano hablaba y le decía, ven chiquitín, no
temas, yo te sostengo para que puedas salir. Todo entonces fue luz, que yo
quería romper con el llanto que anunciaba mi llegada a este mundo desconocido
para mí. Un cuerpo que me era conocido
por su calor y sus palpitaciones me tomó en sus brazos y me beso, ah, el primer
beso de mi vida en esta vida. Ahí junto a mí, en mi cunero estaba también
dormitando mi miedo, el mismo que llegó pegado a mi piel para salir a este
mundo que él sí conocía.
Ahora no
podía hacer sino lo que me correspondía, o sea dormir, comer, cagar y llorar. El
miedo se reía y me decía que era algo que no dejaría de hacer durante toda mi
existencia en esta circunstancia terrenal, que para mí aún era incierta. Yo la
verdad que no sabía quién era, sólo sentía que algo faltaba en mí, esa
sensación de que algo “falta” me seguiría toda la vida, observé que lo que me
faltaba era mi cordón umbilical, me dolía donde había estado, ahora era un nudo
rojizo que día a día se secaba como se llegan a secar las hojas antes de caer. Pero
en realidad yo todavía me siento como parte de ese ser que me carga y me
alimenta con tanto amor, apenas estoy reconociendo esos ruidos que hacen con su
boca y entiendo algo así como “m-ama-ma” pero no es claro, al escuchar sus
latidos del corazón cuando me alimenta me lleva a donde estaba antes, ese lugar
tranquilo y especial, que a su vez me recuerda ese otro en otro lugar de donde
vine y donde estuve preparándome para toda esta excursión que estoy iniciando.
Seguía
caminando por esa calle de entes que huían unos de otros mientras recordaba
aquel mundo que quedó atrás, aquel mundo en el que un abrazo era un gran
regalo, en el que la risa franca y abierta se compartía sin temor y la alegría
era lo único que se contagiaba. Aquellos tiempos en que la vulnerabilidad de la
vida era disimulada tras las notas al piano de una pieza de Bach o frente al
ocaso del sol con sus destellos rojos, naranjas para finalmente morir en un
último aliento violáceo. Lo impermanente de vez en vez se hace presente o mejor
dicho nos damos cuenta de ello, diario a toda hora algo perece, nosotros mismos
a cada respiración morimos y volvemos a nacer. Me detuve en esa calle casi
desierta a ver el ocaso del día en un cielo que ahora sin autos y con las
fabricas trabajando al mínimo parecía renacer. Los colores de ese atardecer se
mimetizaban con los edificios del centro de la ciudad, aquellos viejos
edificios, majestuosos y testigos de tantas y tantas cosas, hoy servían para
reflejar la luz que se apagaba poco a poco como se van apagando las vidas en
este mundo.
Así es desde
antes de iniciar este viaje terrenal estuve diseñando toda esta vida que ahora
experimento, entonces tuve muchos maestros que me ayudaron a ir encajando todas
las circunstancias y almas con las que me iba a encontrar para que lograra mi
cometido de crecer y regresar como un alma que pudo avanzar a otro nivel, pero
el asunto no es tan fácil, yo sabía que los retos podrían quebrarme y entonces tendría que venir una y otra y
otra vez a experimentar eso mismo que no pude aprender , porque finalmente a
eso venimos a esta circunstancia terrenal a amar y a aprender, por ahora
cobijado y en los brazos de mis padres sólo soy amor e instinto pero poco a poco mi cerebro va
desarrollándose de tal manera que paso a pasito soy más consciente de esta
nueva realidad y de este cuerpo que cada vez es más pesado y complejo.
Retomé el
camino mientras las luminarias de la calle se encendían, y me dije como que
estás viendo todo muy negativo, ¿no?, y así comencé un diálogo conmigo mismo,
una parte de mí decía que esa era la realidad y la otra decía que las cosas son
como las pensamos. Y luego ambos yoes coincidimos en que la realidad y la
verdad no son lo mismo. Somos lo que pensamos. Los medios son los grandes
promotores del miedo, las redes sociales los campos de batalla, la gente es
manipulada por unos y por otros, las fakenews abundan y a la gente se cree cualquier
cosa que venga con cierto acento de preocupación o alarma, de inmediato la dan por cierto.
Somos hijos de la tragedia y el caos. Pero también veo que el caos es el origen
del orden, tarde o temprano el caos se transforma en orden, su fuerza femenina
por decirlo es la misma creación. En algún momento entenderemos que la gente no
se usa y las cosas no se aman. Pero ahora todos están encerrados no sólo
físicamente sino mentalmente, en el yo, en el por qué a mí, en el yo primero,
en el a mí me, en el gran Ego que más que sostener la personalidad la ha
secuestrado.
Cerré mis
ojos como cada noche y mi alma se fue a algún lugar, a ese lugar quizá de donde
vino, mi cuerpo yacía ahí, el tiempo es tan relativo, que frente a la eternidad
es inexistente. Mi cuerpo quedó ahí en silencio, en calma, sin dolor, sin vida,
lo veía como quien ve una ropa que ya no se usa, me despedí de él y agradecí
las sensaciones que me brindó y con las cuales aprendí. Poco a poco era más
luminoso tanto que me confundía con la luz eterna, tanto que ya era parte de
ella, y todo estaba bien, sólo fue un momento que en la tierra duró ochenta
años, sólo fue un respiro que me hizo una mejor alma.
Cuando abrí
mis ojos un par de manos me recibían y provocaban el llanto en mí para que respirara.
La rueda del Samsara no se detenía, en esta ocasión yo era quien podría salir
de ella o continuar una y otra y otra vida, miles de millones de vidas, hasta que
en una naciera como el “Maestro” que trajo la luz al mundo, que cambió la
historia. Todos celebran su nacimiento, su muerte y resurrección. Todos celebran
la historia y se les ha olvidado celebrar la vida, en ella es donde se
encuentra el maestro, en cada uno de nosotros habita un maestro, en cada uno de
nosotros habita la luz, esa es nuestra naturaleza, nuestra esencia. Observar la
vida es observar su lenguaje a través de la naturaleza, la flora y la fauna, a
través del otro ser humano del pobre, rico, del violador y asesino y del santo,
todo es parte del mismo tejido, de la misma red en la que vamos hilando nuestra
consciencia y despertar. El mayor reto al nacer es despertar, mientras, todo es
un sueño.
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