ROJO
Rojo es el
último de los tres colores de la trilogía de Krzysztof Kieślowski que simboliza “La fraternidad”.
Un color
vivo, potente, agresivo, llamativo. Se asocia a veces con el amor, a veces con
el sexo, a veces con la sangre, a veces con la carne, con la comida. Es por lo
tanto, un color que llama a nuestra parte más instintiva.
Valentine,
una joven estudiante que se gana la vida como modelo, salva la vida de un perro
hembra llamada “Rita” atropellado por un coche. La búsqueda de su dueño la
conduce a un juez jubilado que tiene una extraña obsesión: escuchar las
conversaciones telefónicas de sus vecinos. Si antes el espionaje telefónico
formaba parte de su trabajo, ahora se ha convertido en un vicio. A Valentine le
desagrada la conducta del hombre, pero no puede evitar ir a verlo, la amistad
de Valentine y el juez encierran aquella solidaridad y FRATERNIDAD que tanto se
ha perdido en éste un mundo tan egoísta.
Las
obsesiones, la soledad, el desengaño, el azar, los juegos del destino, las
ilusiones en sus distintas etapas son los hilos de la trama puestos en un gran
tablero que el alterego del mismo Krzysztof Kieślowski en la persona del Juez
pareciera manejar con gran maestría.
Es así que Kieślowski hace patentes lo público y lo privado manipulando al mismo al espectador como cómplice de las
conversaciones telefónicas de extraños,
diría Buda “ hay tres cosas que no se pueden ocultar, el sol, la luna y la
verdad” y para Kieślowski la verdad es
como la humedad que se va permeando hasta salir y ver el rojo sol que deslumbra
como un foco incandescente que requiere de la pantalla para no deslumbrar.
En las tres
entregas aparece una persona mayor tirando un frasco de vidrio a un contenedor
de reciclaje. En Azul el personaje de Julie observa la situación y pasa
olímpicamente, siendo coherente con su estado de ánimo. En Blanco el personaje
de Karol sonríe, pero continúa sin hacer nada al respecto. Sólo en Rojo el
personaje de Irène Jacob ayuda al anciano en su cometido, uno de otro de los
tantos símbolos de Kieślowski para anunciar el cierre de la trilogía. Las
tres actitudes cuadran perfectamente con la evolución que sigue la trilogía y
podemos considerar las historias de "los ancianos del reciclaje" como
una pequeña trilogía dentro de la otra.
Las
relaciones dependientes y tóxicas son expuestas ante los ojos y oídos del
vouyer quien es el detonador de la verdad.
Valentine
por su parte tiene la costumbre de jugar diario al azar no como una actividad
lúdica sino como un ritual adivinatorio, que bien puede comprenderse bajo el
parámetro del dicho “afortunado en el juego desafortunado en el amor”.
Kieślowski
nos muestra un profundo análisis sobre la fragilidad de los sueños y las
quimeras, sobre lo quebradizo que es el mundo que construimos en torno a
nosotros bajo las premisas de la ceguera, la vanidad y la soberbia que nos
impiden prepararnos para la caída, y sobre la suerte y las casualidades que
tienen a bien jugar con nosotros.
Nada hay
seguro. Todo para llegar a la conclusión de que somos piezas en el gran tablero
de este universo fascinante, en el que todo se renueva y se repite
cíclicamente: las alegrías, los triunfos, las tristezas, las tragedias, las
desilusiones, los errores y los fracasos.
Al final de
Tres Colores: Rojo, cierra con los supervivientes del accidente marítimo aparecen Juliette Binoche
y Benoît Régent, los protagonistas de Tres colores: Azul, y Julie Delpy y
Zbigniew Zamachowski, los protagonistas de “Tres Colores”: Blanco. Su presencia
junto con los protagonistas de Rojo Irène Jacob
y Jean- Pierre Lorit está
justificada para cuadrar como un solo argumento toda la trilogía que cierra en
un final como la muestra de que el amor les salva de la deriva de la sociedad,
simbolizada en el hundimiento del barco.
Eduardo
Sastrías